martes, 16 de febrero de 2010

MATILDE ELENA LOPEZ Y LA PERENNIDAD DEL CANTO




En el mes del aniversario de su nacimiento (febrero 20, 1922)

“Verde que te quiero verde, verde mar, verde viento… y el caballo amarrado en la montaña…”. Era el poema de Federico García Lorca, como inundando de ensueño el vetusto caserón de la Facultad de Humanidades de la Universidad de El Salvador, en el centro de San Salvador. Era 1959. Y era Matilde Elena López. Y era también su voz, con sonoridad y embrujo matildeelenianos, tornándose en la intérprete fiel y exquisita del poeta granadino asesinado en “su Granada”. Y éramos en fin, un grupo de estudiantes del Primer Año Común de Humanidades escuchándola, absortos y emocionados, sin que, a lo mejor, ni ella misma presintiera entonces que estaba generando y fortaleciendo cimientos de vocación y devoción por la Literatura.

Porque la misión-visión de Matilde Elena López ha sido ésa, ser maestra y amiga. Matilde Elena, sin reservas a la hora de amar y enseñar, de comunicar y transmitir, de crear y cantar la loa divina o reclamante; es decir, de darse entera sin premeditar para sí posibles reconocimientos merecidos, o aquellos adulones que pudieran inquietarle falsamente el espíritu. Sus amigos y ex alumnos damos fe de ello. Damos fe de una trayectoria intachable, sin dobleces cívico políticos, de esta pequeña gran mujer que hizo suyas casi todas las ramas del arte literario: poeta, ensayista, cuentista, dramaturga… y más allá, docente y orientadora por excelencia, sin mezquindades ni avaricias intelectuales. Lo supimos desde siempre. Lo supimos, más exactamente, desde aquel día en el que con García Lorca inauguraba su cátedra de Teoría de la Literatura, en el viejo y querido caserón de Humanidades, alero grato a la vocación y al sentimiento, bajo el cual nos albergaríamos muchos, por mucho tiempo.

¿Quién es –nos hubiera sido lógico preguntar entonces, queriendo desarticular misterios- esta mujer de frágil figura, que nos impacta con su voz y la versatilidad de sus conocimientos literarios; pero, además, que nos sorprende por la humildad con que lo hace, sin poses ni engreimientos de dómines, de esos que en todo tiempo se ven discurrir por aquí y por allá? Nadie iba a respondernos mejor que la actitud de ella misma, a partir de aquella noche de 1959. Por su historia más reciente entonces, supimos que hacía unos 3 años – en 1956, me parece - Matilde Elena había regresado a El Salvador procedente de Quito, Ecuador, en cuya Universidad Central obtuviera con honores el doctorado en Filosofía y Letras. Quito había sido el destino final del lento y largo exilio matildeeleniano que, iniciado en su país a raíz de su participación patriótica contra la dictadura de Hernández Martínez en 1944, había continuado en Guatemala, de donde, por las mismas razones de su lucha patriótica contra la dictadura de entonces, se había visto obligada a partir hacia el sur. Aceptar el ostracismo antes que claudicar bajo la represión o por las componendas. Su actitud política por principios y no por conveniencia; contrario al nefasto actuar de la clase política de ahora, casi sin excepciones. Y esa, subrayada, es la faceta de militante inclaudicable de Matilde Elena López. Luego, su vuelta al país. Matilde Elena estaba con nosotros aquel año 59 en la Universidad de El Salvador y, más concretamente, en nuestra Facultad de Humanidades: vivero real para entonces de todas las expresiones del arte. Y ahí siguió en su U, por mucho tiempo. Se que sigue pensando en ella, ahora que un poco cansada del cuerpo, no de su espíritu, vive su justo retiro para el necesario y merecido descanso, que para ella siempre significará seguir creando y aportando cultura; es decir, haciendo realmente país.
Es necesario y justo entender el mensaje de ayer de hoy y de siempre de Matilde Elena López, porque es mensaje de fe y perennidad. Perennidad del poema y del canto. “Me falta vivir, me falta la novela que les debo, yo no me muero todavía…”, me dijo enfática y sonriendo con aplomo, el 24 de febrero/06, durante un homenaje recibido por ella, esta vez de parte de la Casa de la Cultura del Centro Histórico de San Salvador, que la declaró “Autora del mes”, por iniciativa, sin duda, del poeta Alvaro Darío Lara. Y por ese casi ancestral cariño, esa tarde le acompañamos, además de Alvaro Darío, Luís Alvarenga, Silvia Elena Regalado, Tirso Canales y yo, entre muchos otros amigos y admiradores suyos.

Matilde Elena López, por todo lo dicho, es un fuerte roble de fe y esperanza en el medio artístico salvadoreño. Un ejemplo para las actuales y futuras generaciones, por el conocimiento, por su insondable mundo literario, por la versatilidad de sus duendes creadores; y, sobre todo, por su ejemplarizante actitud de mujer valiente e inclaudicable en sus principios de paz, libertad y justicia social. (RAO).
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MINI BIOBIBLIOGRAFIA
DE MATILDE ELENA LOPEZ

Nació en San Salvador, en 1922. Adolescente aún, comenzó a publicar sus trabajos literarios en revistas y periódicos del país. Su participación juvenil, a los 22 años, en el movimiento que derrocó a Maximiliano Hernández Martínez en 1944, y posteriores acciones políticas le obligaron al exilio a Guatemala y, posteriormente, al Ecuador donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras. A su regreso a El Salvador, a mediados de la década de 1950, se dedicó a la docencia universitaria y a escribir y promover su obra literaria. Poeta, narradora, ensayista y dramaturga, ha publicado: “Masferrer, alto pensador de Centroamérica”, Guatemala 1954; “Interpretación Social del Arte”, ediciones en 1964 y 1975; “Dante, poeta y ciudadano del futuro”, San Salvador 1965-1966; “Cartas a Groza”, San Salvador 1970; “Estudios sobre poesía”, San Salvador 1971; “El momento perdido”, San Salvador 1976; “La balada de Anastasio Aquino”, San Salvador 1978; “Refugio para la soledad”, Revista Caracol, San Salvador 1978; y “Los sollozos oscuros”, San Salvador 1982, entre otros. (RAO)


RENAN ALCIDES ORELLANA
Autor.
Miembro del Foro de Escritores de El Salvador.