Renan Alcides Orellana


Poeta, escritor y periodista nació en la Villa El Rosario, departamento de Morazán, El Salvador, en 1936. Graduado en Periodismo en la Universidad de El Salvador, también ha realizado estudios de Derecho y de Letras en la misma Universidad.

Secretario de Divulgación de la Asociación de Escritores Salvadoreños (AES), 1972;  y Presidente de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES), 1994-1996, ha sido galardonado en varias ocasiones por méritos y trayectoria periodística y literaria.

Ha visitado Venezuela, Brasil, Colombia, Estados Unidos, Puerto Rico, Haití, República Dominicana, países de Centro América y Panamá, en giras de observación e investigación periodística y literaria. 

Obras publicadas: “De casi seres humanos” (Cuento: Primera Edición, 1975; Segunda Edición, 2003); “Impacto de la Realidad Nacional” (Editoriales, 1996); “Corazón adentro” (Poesía, 1999); “Allá al pie de la montaña” (Novela, 2002); “Línea sin fin” (Poesía, 2004); “Entre ayer y mañana” (Poesía, 2006), además de abundante obra dispersa en periódicos y revistas de Centro América, Estados Unidos y Panamá.

_______________________________________________

 _______________________________________________

 _______________________________________________


Lea parte del libro autobiográfico
LO QUE PASA CUANDO ELTIEMPO PASA
De Renán Alcides Orellana

Autoritarismo y represión

Para las elecciones presidenciales de 1972, el Partido de Conciliación Nacional (PCN) de los militares presentó como candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la Republica respectivamente, al coronel Arturo Armado Molina y al doctor Enrique Mayorga Rivas. Por su parte, el PDC se unió a otras fuerzas políticas y de la sociedad civil y constituyó la Unión Nacional Opositora (UNO), que postuló al ingeniero José Napoleón Duarte como candidato a la presidencia y al doctor Guillermo Manuel Ungo, para la vicepresidencia. La UNO estaba integrada por la Unión Democrática Nacionalista (UDN), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Partido Demócrata Cristiano (PDC). Como siempre, mediante descarado fraude, impusieron a su candidato, coronel Arturo Armando Molina, para el período 1972-1977.
   Después de aquella derrota, seguida de un fallido golpe de Estado del coronel Benjamín Mejía contra el presidente Fidel Sánchez Hernández, en marzo de 1972 y al que se sumaría en un intento de reclamar el triunfo que le había sido arrebatado, Duarte fue capturado, torturado y enviado al exilio a Venezuela. El pueblo protestó por su líder, era un apoyo verdaderamente masivo. El fraude electoral se había concretado, como siempre, mediante apoyo de la Fuerza Armada. La oposición protestó públicamente de diversas maneras, con respaldo de la mayoría de la población, aún de aquella ajena a la política partidista.  
   Desde los años cuarenta los fraudes antes y después de las elecciones, tanto para elegir concejos municipales y diputados a la Asamblea Legislativa como a presidente y vicepresidente de la República, eran considerados como una acción política necesaria a la que los salvadoreños nos teníamos que acostumbrar. Los fraudes electorales fueron parte significativa de la dictadura militar de ese partido, que concluyó con el golpe de Estado de 1979. Luego, seguiría la Junta de Gobierno de facto y después hasta 1989, el Gobierno de Duarte. Y a partir de los años noventa, la férrea disputa, casi en igualdad de condiciones en cuanto a fuerza política, el FMLN y ARENA crearían un escenario de diputa sostenida, en el que siempre, bajo acusaciones de fraude por parte del FMLN,  el partido oficial ARENA llevó siempre la delantera.
    Los fraudes fueron más sofisticados, esta vez por parte de los nuevos cuerpos de seguridad, aunque con modales que ya no utilizaban abiertamente las urnas rellenadas de papeletas marcadas, ni los famosos tamales. Aunque muy difícil de probar, fue del dominio público la documentación fraudulenta a ciudadanos de países vecinos para votar por ARENA; pero, sobre todo y con mucha prueba testimonial, la estrategia de infundir terror a la población con la amenaza de que si ganaba la oposición se suspenderían las remesas de los compatriotas en el exterior, especialmente de los Estados Unidos; que sufrirían deportación masiva los salvadoreños indocumentados en aquel país y, un tanto más grave, que el día siguientes del triunfo del opositor FMLN, todos los puestos de empleo, públicos y privados, serían cerrados.
   Aquí creo oportuno señalar que, además de los frecuentes e intolerables fraudes, un aspecto importante que, a nivel de los cargos de presidente y vicepresidente de la República, registra la historia política de El Salvador, es que en cada período presidencial la buena relación inicial entre ambos mandatarios comienza a deteriorarse, hasta llegar al rompimiento total al final de dicho período. Recelo o cuestionamientos por el accionar político, aún perteneciendo ambos al mismo partido, son posibles razones. Desde luego, la desventaja es para el vicepresidente, dado su casi anodino lugar con relación al presidente, por el mismo mandato constitucional. Ese carácter anodino vuelve casi inevitable el rompimiento.
   Evidente por si mismo, aunque en algunos casos se tuvo el tacto de matizar las diferencias, el hecho ha sido muy claro, desde los períodos que recuerdo muy bien. El presidente Julio Rivera (1962-1967) marginó y discriminó totalmente a su vicepresidente Francisco Roberto Lima;  Fidel Sánchez Hernández (1967-1972) a su segundo Humberto Guillermo Cuestas; Arturo Armando Molina (1972-1977) a Enrique Mayorga Rivas; Carlos Humberto Romero (1977-1979) a Julio Astacio; Alfredo Cristiani (1989-1994) a Francisco Merino y este se volvió tránsfuga de ARENA afiliándose al PCN, que en realidad ha sido más de lo mismo; Armando Calderón Sol (1994-1999) a Enrique Borgo Bustamante; Francisco Flores (1999-2004) a Carlos Quintanilla Schmit; y Antonio Saca (2004-2009) a Ana Vilma de Escobar. La evidencia de anodino de cada vicepresidente es innegable, se confirma en las pocas menciones periodísticas, publicitarias o en la mayoría de participaciones oficiales.    
   Ahora regreso al período con actitud fraudulenta y represiva de 1972, del presidente Sánchez Hernández y su ejército. El haber designado a los candidatos antipopulares Arturo Armando Molina y Enrique Mayorga Rivas, generó descontento e ira en la población civil y entre varios militares honestos de alta graduación. El coronel Benjamín Mejía, Comandante del Regimiento de Artillería, secundado por otros militares y algunos civiles, intentó dar un golpe de Estado contra  Fidel Sánchez Hernández, días después de las elecciones. Su objetivo era protestar contra el fraude e impedir que Molina y Mayorga Rivas  asumieran la primera magistratura de la Nación.
   Días después publiqué una relación sucinta de ese episodio de la vida nacional, que después fue transcrita en mi libro Allá al pie de la montaña, así: “Al amanecer del 26, cundió la noticia: el coronel Benjamín Mejía, comandante del Primer Regimiento de Artillería, conocido como “El Zapote”, y varios jóvenes militares, se habían alzado contra el régimen y tenían en su poder a Sánchez Hernández, en una acción que parecía controlada y contaba con el respaldo del pueblo. Pero las negociaciones para llegar a acuerdos que permitieran una transición en calma, revirtieron el aparente gane, pues al acordarse la liberación del Presidente cautivo, y ya casi derrocado, maniobras de sus allegados los ayudaron a recuperar el poder. Se desató la represión, especialmente para los demócratas cristianos y su líder Duarte, así como para los miembros de la Unión Nacional Opositora (UNO), que para que acompañara a Duarte en la fórmula, habían postulado como vicepresidente a Guillermo Manuel Ungo”.
   Y continuaba mi crónica: “El coronel Mejía, líder del golpe, y otros militares y civiles fueron enviados al exilio. Desde allá, Mejía envió una explicación al pueblo salvadoreño, sobre las causas del golpe y el resultado fallido de la rebelión. Declaro – escribió el coronel Mejía- que soy respetuoso de la Ley y precisamente para darle vivencia práctica a nuestra Ley fundamental fue que encabecé dicho movimiento (insurrección del 25 de marzo de 1972), consciente de mi responsabilidad como Jefe de la Brigada de Artillería “El Zapote”. No fueron móviles ambiciosos, ni resentimientos los que determinaron mi decisión. Sólo quise reivindicar a la Fuerza Armada, puesta en la picota ante la conciencia ciudadana por el fraude electoral más escandaloso, ocurrido en el país durante las elecciones presidenciales de 1972, viciadas desde un principio por la forma en que se designó al candidato que actualmente detenta el poder. En el exilio y ante la condena de una minoría, estoy tranquilo y tengo absoluta confianza de que la posteridad tendrá ineludiblemente que hacerme justicia…”. Sánchez Hernández concluyó, sin contratiempos, su período presidencial el 30 de junio de 1972 y, a partir del siguiente día, 1 de julio, le sucedió Arturo Armando Molina De regreso al país, varios años después, el coronel Benjamín Mejía fue asesinado el 18 de julio de 1981”.
   Fracasado el golpe de Estado de 1972, y consolidado el gobierno de Molina, los restantes partidos políticos siguieron su labor de proselitismo, cohonestando, en alguna medida, el proceso que  sus dirigentes a todas luces ni siquiera pensaban que un día cambiaría de manos. El imperio del autoritarismo y la represión seguiría de mal en peor. Los partidos políticos seguían también con su proselitismo, siempre a través de la UNO. El 20 de febrero de 1977 se dan las elecciones presidenciales y, mediante otro escandaloso fraude, las gana nuevamente el partido oficial, con Carlos Humberto Romero y Julio Astacio. Los perdedores por la UNO, fueron el coronel Ernesto Claramount Rozeville y el doctor Antonio Morales Erlich. Cohonestando el fraude mediante la represión y violencia institucionalizada, el Consejo Central de Elecciones (CEE), presidido por Vicente Vilanova, sin dar a conocer cifras declara ganadores a los candidatos del oficialismo. Vilanova como presidente del CCE, era el mismo funcionario que en 1972 había propiciado el otro escandaloso fraude de 1972, que arrebatara el gane a la UNO y a sus candidatos Duarte y Ungo.

   Hubo protesta general que culminó con una concentración en la Plaza Libertad y su vecina Iglesia de El Rosario, templo que, a la postre, fue el refugio de muchos salvadoreños amantes de la paz y el trabajo, ahora defraudados por el régimen militar del PCN. Esto prácticamente fue un  nuevo detonante para motivar al pueblo a la lucha armada, siendo este acontecimiento, de alguna manera, un embrión más hacia el surgimiento de la guerrilla salvadoreña. Nacieron las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28), bastión nuevo y creciente de la insurgencia. Ernesto Claramount Rozeville fue exiliado hacia Costa Rica. Los fraudes electorales seguirían con vía libre hacia largo tiempo. El autoritarismo y la represión también continuarían su curso hacia nuevos y horrendos hechos contra los salvadoreños honrados. Yo sería testigo de eso, por mucho tiempo.

 _______________________________________________


ALLA AL PIE DE LA MONTAÑA
Renán Alcides Orellana

Capítulo 28
Una guerra civil absurda

(Fragmento)
Todo comenzó mucho antes de lo que pareciera haber sido el verdadero inicio. La guerra civil salvadoreña, impulsada por las partes en contienda: el Gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y que como confrontación armada se enmarca entre 1980 y 1992, tuvo antecedentes tan diversos, que resulta muy difícil definir un punto real en el tiempo y el espacio. Sin embargo, puede afirmarse que su comienzo estaría en la agudización de los reclamos populares que, por las injusticias, las arbitrariedades y el autoritarismo, se fue dando de manera paulatina a lo largo de
todos los regímenes militares anteriores a 1979.
   A nivel mundial, el marco podría establecerse en la guerra fría, llamada también conflicto este-oeste, o el choque de dos ideologías encontradas: capitalismo y socialismo,
que tenían como protagonistas principales a Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente. Estos aprovecharon la problemática de los países menos desarrollados para convertirlos en escenarios bélicos, puesaunque en apariciencia fueran casos aislados, en realidad formaban parte de un contexto integral y articulado. El conflicto bélico salvadoreño de doce años se dio en uno de esos escenarios, con un resultado de aproximadamente 80 mil muertos, centenares de desaparecidos y millares de desterrados.
   El 15 de octubre de 1979 es derrocado el presidente Carlos Humberto Romero, que había asumido el cargo en 1977. El golpe de Estado lo dieron jóvenes oficiales, con una oferta de gobierno que denominaron Proclama de la Fuerza Armada. La Junta Militar inicial estaba conformada por los coroneles Adolfo Arnoldo Majano y Jaime Abdul Gutiérrez, a quienes acompañaban los civiles Román Mayorga Quiroz, Guillermo Manuel Ungo y Mario Antonio Andino.
   La proclama justificaba la acción contra el gobierno de Romero, porque: “1) Ha violado los derechos humanos del conglomerado. 2) Ha fomentado y tolerado la corrupción en la administración pública y de la justicia. 3) Ha creado un verdadero desastre económico y social. 4) Ha desprestigiado profundamente al país y a la noble institución armada…”. Más adelante, y para justificación del cambio necesario invocado por los alzados, la proclama emitía un Programa de Emergencia, cuyos lineamientos planteaban y desarrollaban propuestas para: “I. Cese a la violencia y corrupción. II. Garantizar la vigencia de los derechos humanos. III. Adoptar medidas que conduzcan a un distribución equitativa de la riqueza nacional, incrementando al mismo tiempo, en forma acelerada, el Producto Territorial Bruto. IV. Encausar en forma positiva las relaciones externas del país…” Su cumplimiento comenzaba a ser una esperanza, pero también una incógnita. Sin embargo, lo que parecía una solución inmediata al problema de convulsión sociopolítica desencadenada por la actuación arbitraria y represiva del general Romero, y el consecuente golpe de Estado de los jóvenes militares, pronto evidenció lo contrario.
   La izquierda y otras organizaciones populares no sólo desligitimaron el golpe, sino que lo rechazaron levantándose en armas y ocasionando desórdenes y enfrentamientos callejeros en poblaciones de la periferia de San Salvador, como Santa Tecla, Ayutuxtepeque, Mejicanos, Soyapango y San Marcos, en señal de protesta por el establecimiento del Estado de Sitio y el Toque de Queda. Además, si bien entre los miembros del nuevo gabinete había empresarios y ejecutivos de reconocida trayectoria progresista, lo cierto era que, en gran medida, varias caras eran más que conocidas por su incondicional apoyo a los regímenes anteriores.  Mario Aguiñada Carranza, Secretario General de la Unión Democrática Nacionalista (UDN), lo expresó en su oportunidad: ¨Los nombramientos no reflejan la amplia concurrencia de fuerzas en el actual proceso que vive el país;  no representan la fuerza real de las respectivas organizaciones, ni su aporte a la lucha contra la camarilla que ha sido derrocada; no se ha roto con el pasado y se continúa nombrando a personas vinculadas con ORDEN (Organización Republicana Democrática Nacionalista) y el PNC (Partido de Conciliación Nacional)…´´
    Un día después del golpe, durante la segunda conferencia de prensa de la Junta en Casa Presidencial, conversé en privado con el máximo dirigente de entonces, coronel Majano, en un aparte que tuvimos en su despacho, aislados de los más de 300 periodistas que asistían a la conferencia. Con Majano me une una especial amistad, quizá venida desde algún cruce laboral de sus padres con mi madre, allá en los años viejos de su ejercicio
magisterial, en el norte de Morazán; amistad acentuada, por supuesto, durante mis estudios de casi año y medio en la Escuela Militar de El Salvador, en 1958, aun cuando él cursaba un nivel superior. Majano siempre fue un muchacho sano, aplicado y afectuoso, razón suficiente, sin duda, para que la juventud militar de entonces lo  proclamara su líder. Un liderazgo fugaz, puesto que pronto fue relegado, mientras, poco a poco, las condiciones que generaron el golpe contra el general Romero, aparecían de nuevo. Aquel día de octubre, Majano lucía preocupado.
— ¿Cómo te lo explicas…? Las organizaciones levantándose contra nuestro proyecto; contra el cambio de gobierno que hemos realizado… ¿tú qué crees?
— Muy simple… primero, el de ustedes sigue siendo un régimen de militares; y segundo, la proclama y el proyecto son una oferta que roba banderas a los planes de la izquierda, que lo considera, además, una intervención de Estados Unidos.
    Me impresionó mucho la reacción del coronel Majano, quien con aparente desencanto parecía estar pensando en voz alta.
— No creo que yo llegue a ser huesos viejos aquí…
— ¿Decías?

— No. Nada…    Y así, prácticamente, comenzó la guerra; es decir, se sintió que la consigna de ambos bandos, cada uno por su lado, era generar el conflicto a nivel nacional, aunque para ello fuese preciso matar y matar…